Andaba yo por los 17 o 18 años, cuando me canse de pelear con mi madre y su afán desenfrenado de recorrer nuevos sitios, son darle oportunidad a aquellos lugares que ya habían calado en los recuerdos como un “que buen sitio”, o que se sabe que falto recorrerlos. Atrás quedo la posibilidad de volver (obviamente de la mano y bolsillo de Papa y Mama) a Bahía Solano, a Leticia, Huila, Pasto, al Parque de los Nevados del Cocuy, a recorrer Medellín con más calma y muchas otras ciudades que me enamoraron, haciéndolo. Sencillamente porque para mamá volver a un destino ya conocido era aburrido.
Como quien dice: “si quiere volver por esos lados que sea de su bolsillo”, y eso duro mientras estaba bajo su techo y cobijo, después a trabajar por el pan, la leche, el vino, el queso y el tiquete.
Pero y hablando de la costumbre de mi madre, esa viajera de canículas al inicio de cada año, yo si soy de los que le gusta volver y saciarse de los destinos (mientras el bolsillo permita), cada vez conoces nuevas cosas, te permites sorprenderte de lo nuevo y también de lo conocido, recorres más sitios, y lo más importante, escuchas nuevas y viejas historias de los amigos y los que van apareciendo en el camino.
Si, si volvería a la calma y calidez de ese Leticia en el Amazonas, gustoso caminaría de nuevo en el parque Amacayacu, y le dedicaría más tiempo a esperar que un Bufeo (delfin) asome la cola, me sentaría todas las tardes en el parque Santander (también en Leticia) a disfrutar de sus miles de pájaros volando en círculos. Y así mismo lo haría con muchos sitios que me enamoraron de a poquitos y no quisiera irme de esta vida sin volverlos a disfrutar.
Y Mamá, bueno ella se goza el paseo a su manera buscando un sitio nuevo a donde ir, proponiéndonos con esa palabra única que a nadie más he escuchado en la vida… “vamos, pagole!!”
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