No apto para susceptibles.
¿Tienes claro que tú, yo y la mayoría de la gente emprendemos o dejamos de emprender, nos empleamos o renunciamos, estudiamos una y otra cosa; guiados o autodidactas, incluso tenemos o dejamos de tener pareja, hijos, casa y otras cosas por las mismas razones?
Y aunque esas razones se han mantenido por muchas décadas (¡por cientos de años, siendo más exactos!), en los últimos tiempos eso ha cambiado. ¡Lo que es alentador!
Reconocerás que la mayoría de las historias de emprendedores puestas en libros, películas, frases y memes se basan en la capacidad que tienen sus protagonistas de superar una limitación que generalmente otro les puso: el profesor, el padre, la madre que no creían en su pupilo, la sociedad opresora, la búsqueda de la felicidad (como corredor de bolsa), las condiciones complejas que podría llegar a tener alguien de un género, de una condición física, de una raza, de un estrato… Personas que superaron las adversidades y lograron el éxito pese a lo que sea.
En Colombia, un joven estudiante de colegio recibe la sentencia aplastante de su profesor de cálculo: "Usted no sirve para las matemáticas". Termina estudiando ingeniería, inicia un negocio de mecánica y con los años crea un emporio de repuestos de carros, presente en varios países de LATAM. Le tapó la boca al profesor. El artista o la canción que no es apreciada por el promotor y que resulta ser una joya para otros. Y la lista es larga, historias que inspiran.
Pero, ¿Qué los motiva? Y, finalizada la motivación, ¿Qué queda?
Escribo estas líneas reconociendo que creé empresas y proyectos propios por más de 20 años, hice eventos y negocios y hoy debo ser honesto al confesar las razones por las que me resistí a emplearme, y que cuando lo hice no duraba más que unos pocos meses. No fue el deseo de independencia, ni la anhelada libertad financiera, no fue para trabajar para mí mismo y los míos. No. Hoy, fruto de mi trabajo interno, sé que fue por indisciplina (me costaba seguir indicaciones), por desobediencia (hacía siempre lo que me daba la gana), por venganza y orgullo (para demostrarle a otros que yo también podía hacer lo que ellos, más, y a mi manera), por miedo (necesitaba demostrar una y otra vez que era capaz). No reconocía mis capacidades y me aterraba la idea de admitir que no sabía algo. Por eso elegí terrenos donde me sintiera cómodo. Enseñar, por ejemplo. Tener una revista de turismo que me permitiera viajar. Escribir blogs y textos sobre algo que me gustara (creatividad, web, literatura erótica…). Todo lo que estuviera dentro de mi comodidad.
Sí, me iba bien. Tenía socialmente lo que quería, no lo que me hacía bien, ni me hacía realmente feliz.
Hoy he aprendido qué nos ha motivado a hacer la mayoría de lo que hacemos, o cuál es la intención con la que hemos movido nuestra energía y la de otros por años. Por el miedo, la revancha, la venganza, el orgullo, la competencia. La búsqueda de posiciones económicas, donde no elegimos lo que amamos hacer, sino lo que básicamente da plata. Estudiamos esa carrera por ser la más prometedora en economía, da más prestigio y reconocimiento. Por competencia hay carrera espacial, mejoras en los dispositivos celulares, en el diseño de carros y electrodomésticos.
Por competir, nos inventan problemas que no tenemos ¡y les creemos! Por esa competencia queremos ser el más que, el primero que. Esa sensación de escasez, en la que vamos en búsqueda de algo. Algo que creemos que nos falta, que no lo tenemos, algo que nos es ausente, y que tenemos que hacer lo que sea por conseguirlo a costa de lo que sea. Incluso por eso mismo elegimos pareja, ese alguien tiene algo que yo quiero, yo no lo tengo y ese algo me interesa (seguridad, apoyo, reconocimiento, valoración, etc.).
Sobrecoge la idea de que si no es por buenas razones, puedes ganar el mundo, pero perderte a ti. Aquel empresario del "Usted no sirve para las matemáticas" estaba por morir de un cáncer al estómago; conocí su historia. La de la profesora que quería ser bailarina y por negárselo, perdía su voz con cada clase. La de la secretaria que se impedía las manos con un túnel del carpo porque no valoraban su trabajo. La de la dueña de la firma de abogados, con el útero dañado porque no se aceptaba como madre. Podría seguir con muchas más de las historias que día a día escucho y sirvo como terapeuta y monje en una escuela donde vienen personas a sanar. Y la mayoría de ellas no hacen lo que les hace bien, eligieron, como yo hace muchos años, lo que el mundo dijo que era lo que había que hacer, tener y decir. Y que hoy sé que no es así.
¿Emprender o emplearse? ¡Qué importa! Si después de todo, lo que hago, lo hago por alcanzar lo que quiero, que me hace bien y le hace bien a otros. Hoy te puedo decir que no es lo que haces, sino por qué lo haces. Aprovechando la imagen de Sisifo, empujaremos la roca todos los días, puede que se nos devuelva, pero igual la empujaremos, porque nos hace bien nos fortalece, nos hace mas hábiles y capaces
Y entonces... ¿Por qué motivos crees que vale el esfuerzo emprender o emplearse? Y que eso sea, como dije más arriba, alentador. Dime tú.
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